El día que José Luis salvó mi vida

Antes de anoche falleció José Luis Vicente Córdoba, mi director de tesis, mi mentor, a quien alguna vez le dije lo agradecido que le estoy, aunque no sé si con suficiente vehemencia.

Hace ya muchos años José Luis salvó mi vida. No pretendo con esto ser dramático, no es que me fuera a morir ni nada parecido, aunque un poco sí estaba muerto por dentro en aquel momento. Tampoco sé si mi vida alternativa, la que hubiera vivido de no existir él, sería mejor o peor, el multiverso sabrá. Solo sé que él me abrió la puerta a esta vida que vivo ahora, como profesor en el departamento de Álgebra de la Universidad de Sevilla. Es una muy buena vida y por ello le estaré siempre agradecido.

Por lo que después he conocido a José Luis, para él aquello tampoco se trató de un acto heroico sino de algo natural, como la vida misma.

Eran las navidades del 91-92 y yo estaba en quinto de carrera, haciendo desde el curso anterior la especialidad de Computación en la Universidad Complutense. Como hice muchas veces desde que me dio clase de Geometría I en primero de carrera, y como hacía siempre que andaba por Sevilla desde que comencé a estudiar en Madrid, fui a visitarle cuando vine a pasar las Navidades.

En su despacho recuerdo que tenía una sensación muy contradictoria que me duró muchos años. Por un lado estaba sentado ante la mesa de todo un señor catedrático, aquello me imponía, por otro lado el gesto amable de José Luis me acogía y me invitaba a hablar en confianza.

La cosa es que, desde el punto de vista académico, irme a Madrid a hacer la especialidad de Computación fue un error. Yo esto lo descubrí al comenzar quinto de carrera aunque lo sospechaba desde el curso anterior. La experiencia me aportó otras cosas muy importantes, pero en lo académico fue sin duda un error.

A mí me gustan las matemáticas, como todos sabéis, y mi última intención al irme a Madrid era abandonarlas. Más bien quería conocer las matemáticas que hay detrás (y delante) de los ordenadores, la programación, la algorítmica… ¡qué sabría yo entonces! En la Universidad de Sevilla había (y hay) grandes especialistas de los que podría haber aprendido mucho, pero, por cuestiones que no caben en el margen de este escrito, yo no tendría acceso a ninguna asignatura impartida por estos especialistas. Así que decidí irme a la Complutense.

Allí me encontré con una especialidad que comenzaba en tercero (mientras que aquí era en cuarto), lo que me obligó a hacer un esfuerzo extra el primer año con asignaturas de tercero (todas menos una) y de cuarto (todas menos otra). Aquello me supuso un gran esfuerzo que logré sacar adelante. Nada más llegar me di cuenta de que el perfil mayoritario de alumnos que escogían la especialidad de computación era de gente que, seguramente, consideraba que se había equivocado al escoger matemáticas y huía hacia algo que le abría las puertas de la informática. Incluso percibí eso mismo de los profesores que nos daban asignaturas más teóricas como Lógica o Teoría de Autómatas.

Al comenzar quinto de carrera, con asignaturas como Sistemas Operativos, Teoría de Compiladores e Inteligencia Artificial, todo aquello se me vino encima y entré en una ¿pequeña? depresión. No tenía ningunas ganas de estudiar aquello que daba la espalda a las matemáticas y dejé de hacerlo. Así que en aquellas navidades estaba cerca de un fracaso absoluto en los primeros parciales de febrero.

Esto es lo que le conté a José Luis aquel día, que estoy seguro de que tuvo que ser muy próximo a Nochebuena pero que bien pudo ser a primeros de enero. Le estuve contando cómo me sentía, lo poco que me gustaba la especialidad por el enfoque tan alejado de las matemáticas y la angustia que tenía al haber abandonado los estudios. Él tras escucharme me dijo que lo principal era terminar los estudios, que me esforzara en ello y que una vez terminados podría estudiar matemáticas con él, iniciando el doctorado. Después pasó a contarme qué podríamos estudiar, recuerdo que e habló de singularidades y de valoraciones, de esta forma en la que él hablaba de matemáticas (“las matemáticas se hacen con las manos”). La exponía de una forma que parecía muy sencilla y accesible, aunque tú te dabas cuenta de que por debajo había problemas muy difíciles que habría que estudiar, pero que no te atrevías a preguntarle directamente (al menos yo no me atrevía).

Poco después, al intentar transmitir lo que José Luis me dijo que íbamos a estudiar, descubrí que no me había enterado de nada (esto me pasó muchas más veces después). Pero me fui a casa con un objetivo claro, con una motivación y con una vida por delante que aquel día salvó José Luis.

Siempre le estaré enormemente agradecido.