Manuel Alcántara en Diario Sur
Nuestro país ha sido intervenido, aunque a la intervención le llamemos de otra manera. Además, la intervención es quirúrgica y Bruselas, que es la capital de España, para que veamos claro nuestro oscuro porvenir y entendamos todos que estamos en las últimas, nos ha dado un ultimátum. Las medidas profusamente enumeradas por el presidente Rajoy, en su misión de subdelegado, no solo no dejan lugar a dudas, sino que no le dejan ningún lugar al sol a la inmensa mayoría de los españoles.
Los ajustes no son justos, pero son inevitables, y hemos pasado de los tiempos difíciles a los tiempos imposibles. Asombra la inconsciencia del pueblo español. ¿Nos hemos dado cuenta del programa inverso de festejos que se nos anuncia? Es como para echarse a llorar o como para echarse a correr. Ojalá no haya sangre, ahora que no hay sudor porque escasea el trabajo, pero habrá más lágrimas. La subida del IVA es una catástrofe comunitaria de la que no se librará nadie que tenga la costumbre de tomarse un pitufo a la hora del desayuno. Ni siquiera los que tengan la costumbre de no desayunar. Se acabó lo que se daba y se acabó lo que creíamos merecer porque los penúltimos demagogos nos convencieron de que teníamos derecho a que se nos diera. Los preceptores, vocablo que en su primera acepción se refiere a las personas que enseñan, nos van a enseñar lo que es bueno. Los dómines europeos son implacables. Ya no se limitan, como en otras épocas, a instruirnos en gramática latina: ahora se empeñan en que abandonemos nuestra gramática parda.
España está tutelada. Nos consideran menores de edad, saber y desgobierno. Bruselas impone 32 condiciones para el rescate bancario y exige otras más a cambio de suavizar el déficit, que está a punto de crujir. Tampoco nosotros somos infinitamente flexibles y puede llegar un momento en el que se rompan incluso las hostilidades.