Ya están aquí los primeros calores, ya huele a azahar, ya se oyen cornetas y tambores… Tópico típico, torpes lugares comunes para intentar expresar lo que no cabe en el alma ni rebosa del cuerpo.
Supongo que en cada sitio, en cada persona, hay un lugar donde habita el pasado. Donde encuentras el hilo del que cuelgan tus vivencias más preciadas, borrosos recuerdos, tal vez idealizados, que te atan a los tuyos desde lo más profundo del ser haciéndote saber quién eres y de quién eres. En mi niñez, en mi Málaga y mi Sevilla, ese lugar es la Semana Santa.
Es semana de pasión y me preparo para revivir, con aquellos que tanto me han querido, escenas que les traerán de vuelta. Algunas escondidas en el olvido me asaltarán de improviso, otras volverán como cada año, y otras ¡ay! no cumplirán visita.
Y volveré a imaginarte de niño de la mano del tío Miguel, tu tío Miguel, como nazareno del Sepulcro y, ya de joven, bajo el trono de Cristo de la Cofradía de los Estudiantes.
Volveremos al balcón de Abuelilla, donde no nos perdemos ni un trono, a saludar a los primos que portan sobre sus hombros al Nazareno de Viñeros.
Volveré a escucharte, una vez más, maldecir en arameo porque has abierto las ventanas del balcón, deseando estrenar el flash de tu tomavistas, y toda la tribuna se ha vuelto para saber de dónde viene esa luz tan potente.
Y puestos a jurar en Arameo, volveremos a dar vueltas y vueltas con el R12 buscando aparcamiento, aquel Domingo de Ramos en que Rosita, con el pie partido, no podía caminar mucho, pero queríamos enseñarle la semana santa de Sevilla a la tía Nena, que estaba de visita.
Y volverás a contarme la historia de aquella madrugada, en la que llegaste a los mismos pies del paso de la Macarena preguntando a la gente si era “Montensión”. Y yo volveré a disfrutar de tu sonrisa burlona, complacida de que te tomasen por loco.
En los primeros días de la semana volverás a comentar en casa, después de haber rendido visita a aquella hermandad, aquello algo exagerado de “chico, eso no es un paso, es un portaaviones”. Y yo, cuando lo vea en la calle, me sonreiré pensando que un poco de razón sí que llevas.
Y volveremos de tu mano a ver, en silencio, sobrecogidos por la seriedad de tan fúnebre cortejo, el desfile de los hombres de trono del Sepulcro llevando al señor a su trono.
Y el Miércoles Santo, de regreso a casa, me imaginaré de madrugada después de recogerse la hermandad, y volveré a sentirme en tus brazos, con mi túnica de nazareno de las Siete Palabras, derrotado, camino del coche que has aparcado “cerca, al lado de casa del tío Eduardo y la tía Lola”.
Y volveré, mientras se aleja el trono del Sepulcro, a imaginarme el sonido de los pasos de la Infantería de Marina y entonces me preguntaré ¿donde éstas, que te veo y no te siento? ¿Dónde te encuentras, que te siento y no te veo?
Sólo la sed me alumbra.
Dedicado a mi padre en su 69 aniversario.