El viento barre la planicie sin compasión. No hay un árbol, no hay una colina. Sólo tú. El viento, las piedras y tú.
No puedes evitar sentirte pequeño ante estas piedras, traídas hace miles de años de la lejana Irlanda, no se sabe muy bien cómo ni por qué.
No puedes evitar sentirte grande entre estas piedras, mudos testigos de un pasado lejano, cuando tu especie era inocente y, sin embargo, el mundo era infinitamente más duro y violento.
Quizás es lo inconcebible de este lugar en sí mismo. Quizás es la liturgia anual del sol, cada solsticio de verano, alumbrando puntualmente la avenida principal. Quizás es la mucha sangre que fue derramada aquí en tiempos olvidados.
Quizás es que tus sentidos no te ofrecen nada a lo que asirte. Nada salvo la piedra, el viento y tú.