Este soy yo:
No he dicho “era” sino “soy”. Estaba así, pero SOY yo. Cuidado con lo que dices de mí que te oigo. No sería la primera vez que tengo que callar un comentario del tipo “es que estabas muy mal, muy gordo” con un “¡oye! que estás hablando de mí”.
Este también soy yo:
Es mi actual “estar”. Y me gustaría pensar que es mi estar para siempre, pero iré cambiando… como todos los demás.
Entre ambas fotos median algo más de dos años y más de 40 kilos (los kilos exactos sólo los digo en presencia de mi abogado, como oí una vez). Y sí, desde que perdí peso comencé a correr. Yo me limitaba a andar… pero un día del verano de 2016 comencé a correr… y hasta hoy. A veces digo que corro huyendo de los kilos, pero no es verdad. Correr me aporta serenidad, bien-estar, capacidad de sufrimiento, de superación… Correr engancha.
Pero de los kilos huyo asistiendo a terapia en “Punto Final” (pongo aquí publicidad porque quiero). Medio en broma, a esta terapia la llamo “Gordos Anónimos”. Es un buen paralelismo para que la gente, vosotros, entienda de qué va esto. No son terapias como las que vemos en las pelis americanas (alcohólicos anónimos), no funcionan igual, pero el objetivo es que la gente que tenemos un cierto problema con la comida compartamos dificultades. Que las hay, y muchas.
Perdí peso en “Punto Final” con un nutricionista y con terapia psicológica, y ahora sigo en la Terapia de Mantenimiento. ¿Publicidad? Agradecimiento, más bien.
Pero me voy por las ramas. Ya os podéis imaginar, viendo las dos fotos, lo que ha supuesto para mí correr y terminar la Maratón de Sevilla 2018. Algo impensable (e imposible) hace un par de años se convirtió en objetivo hace un año, y ayer lo logré. No sin dificultad ni sin pasar algunos momentos amargos. El año pasado, por ejemplo, me lesioné en la media maratón de Málaga, el 26 de marzo, y estuve hasta finales de junio sin poder correr. Llegué a pensar que las grandes distancias no estaban a mí alcance.
Todo esto, lo vivido en los últimos años durante el proceso de pérdida de peso y de mantenimiento, se me vino a la cabeza en los últimos kilómetros al divisar el estadio olímpico. Alegría de llegar al final, orgullo de conseguirlo, agradecido a quienes me han acompañado en todo esto, y emoción, mucha emoción que no se desbordó porque el cuerpo tras 42’195 kilómetros no estaba para muchas expresiones sentimentales.
Todo comenzó muy tempranito. A las 7:30 habíamos quedado Pepe y yo para ir al maratón, la salida era a las 8:30. En la salida muchos nervios que se pasaron nada más comenzar a correr. Pepe y yo fuimos juntos 3 kilómetros tal y como habíamos previsto. Después cada uno buscamos nuestro ritmo.
Hasta la media maratón todo se me pasó bastante rápido, sin problemas. En la media esperaban Míchel y Julio para acompañarnos el resto del camino (no se me escapa que esto tiene un cierto paralelismo ¿rociero? ¿cofrade?). Julio se incorporó conmigo y Míchel esperó a Pepe.
La compañía de Julio ha sido fundamental para sobrellevar mejor los difíciles momentos que se me venían encima. No es que no hubiera terminado la maratón, pero hay momentos en los que una buena compañía es más que necesaria y muy de agradecer. El peor momento psicológico lo pasé entre mi casa, cerca del kilómetro 30 y el campo del Betis. Ahí mi cabeza empezó a funcionar sola, enviando mensajes negativos… Hasta que llegué al campo del Betis, no lo puedo negar, ahí me vine arriba 😉 (y no es broma). Esto me sirvió para afrontar la larga recta de La Palmera hasta la Plaza de España.
Después en el centro, mucha gente. Sus ánimos te llevaban en volandas… y me caí. Por el Archivo de Indias tropecé no sé cómo ni con qué y me caí. La gente del público me levantó enseguida y creo que incluso me empujó como se hace con los ciclistas durante las carreras. Todo pasó tan rápido que no me dio tiempo de comprobar si me había pasado algo. Cuando comencé a correr descubrí que me dolía todo menos el lugar en el que me había golpeado… Ahí pasé mis peores momentos, desde el punto de vista físico.
Desde la Alameda hasta arriba del puente de la Barqueta es todo cuesta arriba. En Sevilla no hay cuestas normalmente, las ponen el día del maratón. Los ánimos de Julio, “venga, Migue, ya lo tienes”, me sirvieron para darme cuenta de que ya estábamos al final. Uno por el otro incrementamos el ritmo, yo creo que hago esto por las ganas de terminar… nunca he sido capaz de tomarme el postre despacito, a pequeñas cucharaditas.
Y así entramos en el estadio, a buen ritmo, adelantando a todos los que teníamos al alcance (menos a Laura, ese nombre ponía la camiseta de la corredora que nos pasó al pisar la pista olímpica). Al pasar la línea de meta estaba tan emocionado que creí que se me habían saltado las lágrimas… pero como he dicho antes, parece que en estos momentos las emociones y las respuestas físicas andan algo descoordinadas.
Desde este momento vivo en una nube de satisfacción y felicidad.
Hoy es mi cumpleaños. Así que, ya veis, algo apurado pero… “un maratón antes de los 49”.
Gracias Pepe, Míchel y Julio, por meterme este veneno y por acompañarme tantos kilómetros.