Recuerdos de viaje: México (II)

VI

El Día de los Muertos es importante en todo México. También en Ocotepec, claro. Pero aquí es especial, me cuentan. Aquí, en Ocotepec, el día de los muertos la gente prepara altares en las puertas de las casas, para sus muertecitos. Con velas y coronas de flores, como en otras partes. Pero también sacan sus trajes favoritos. Y sacan los estéreos y ponen las canciones que más les gustaban. Y compran cosas como cajas de sus cigarros preferidos o botellas del tequila que les gustaba tomar. Porque ese día, en Ocotepec, los muertos visitan a sus familias. Y lo hacen disfrazados de extranjeros. Por eso, en este pueblo, cuando un extranjero llega a una casa, le agasajan, le dan de comer y de beber, se sientan con él y le cuentan historias, o escuchan las suyas. Y el duelo, de una forma tan mágica como razonable, queda convertido en la más absoluta forma de hospitalidad.

VII

Cuernavaca ya no es lo que era, me cuenta L., que se fue de la ciudad por miedo a la violencia. Antes era zona segura, porque aquí vivían muchos de los narcos más importantes. Aquí es donde van sus hijos a la escuela, aquí es donde salen por las noches. Por eso no querían problemas en este rincón del universo. Ahora tenemos la cruzada contra el narco. Que en el fondo no es tal. El gobernador está casado con una hija del mayor traficante del estado. Y usa la policía, y el ejército, contra los cárteles rivales. Pasamos junto a una valla larguísima. Ésa es la casa del gobernador. Casi nada. Le digo que debe tener una seguridad enorme, a juzgar por las torres de vigilancia, el alambre de espinos y la puerta electrificada. Sí, tiene un pequeño ejército. Y por las noches dos leones montan guardia. Qué son leones? Escuadrones de sicarios? No, no… leones de África. De los de Tarzán. A medio camino entre el exhibicionismo y la locura. Como casi todo aquí, parece.

VIII

La gente siempre sonríe. Buen día, señor. El guardia de seguridad del banco. El chico que mira ocioso la obra. El chico y la chica de la taquería ambulante. Por 25 pesos, el desayuno de los campeones. Pero la violencia está latente en muchos lugares. Tardo 15 minutos en caminar desde el hotel hasta la casa de F. Por el camino, el bar donde F. solía ir a bailar, incendiado por no pagar a quien debía, y con escueto “Cerrado por reformas” en el cristal. Junto a la taquería de los dos chicos amables, cintas de la policía. Qué fue esto? Hace como 10 días, dejaron aquí a dos ejecutados. Los destazaron. El horror debe notarse en mi gesto, porque el chico intenta quitarle importancia con una sonrisa y un gesto cómplice. Fue bien el negocio esa mañana. Me pregunta si quiero un taco para desayunar. No, gracias. A usted. Buen día, señor.

IX

Los autobuses de Cuernavaca son muy peculiares. Para empezar, el conductor es el dueño. Así que, entre otras cosas, pone la música que le da la gana (o la que le pide la gente, si está de buenas). Para seguir, el concepto parada es bastante difuso. Levantas la mano si lo ves venir, y el bus para (o casi) para que subas. Así de simple. Y para terminar, cómo se coordina un sistema tan aparentemente caótico? Pues en las escasa paradas reales que hay, puedes encontrar siempre a un tipo que, por un par de pesos, le dice al conductor cuánto hace que pasó el último bus, de forma que éste sabe si debe aligerar o, tal vez, a lo mejor incluso pararse un ratito. Suena algo informal, lo sé. Pero en un estudio operativo de optimización de recursos resulta que el caótico e informal sistema de Cuernavaca es mucho más fiable, ajustado y preciso que el de las demás ciudades (grandes, pequeñas, occidentales, orientales) estudiadas, y el que garantiza un menor tiempo medio de espera. Y encima hoy el conductor ha puesto a los Rolling…

X

Cómo vamos al DF? Cómo podemos ir? Podemos ir en mi carro, o vamos en el autobús y luego cogemos el metro. Pues entonces… autobús y metro. Seguro? Seguro. En el autobús nos ponen Superagente 86, la peli moderna. Doblada en mexicano, claro. Lo cual no deja de tener su gracia porque uno de mis recuerdos más vivos de la serie de televisión original era el hecho de que estaba doblada en México. En el metro nos pasan otra peli, muy distinta, nada cómica. Porque, como todos los metros del mundo, aquí el subte (que en realidad casi todo el rato va por superficie, ya que la ciudad está construida sobre un pantano) da cobijo a la indigencia. Pero es notorio, asombrosamente notorio, como esta indigencia tiene algo de terrible y definitivo, casi algo de predestinación. En el metro encuentras todo tipo de personas, pero, para algunos, ni un rastro de algo que se pueda parecer remotamente a la esperanza.

Entrada relacionada: Recuerdos de viaje: México (I)